CAPITULO III
[1]. Quién era el Padre Torres.- [2]. Datos biográficos del mismo, hasta la época en que hacemos su presentación.
[1. Quién era el Padre Torres]
En el momento histórico de nuestro relato, era el Padre Torres un varón eminentísimo en ciencia y en santidad que, no obstante el agobio de penosa enfermedad crónica que padecía, trabajaba con celo infatigable por la gloria de Dios y la salvación de las almas; iluminando inteligencias y moldeando corazones con su vasta y erudita sabiduría, con sus prudentes y sabios consejos y sobre todo, con el ejemplo de sus virtudes, verdaderamente heroicas.
Su fama como director de almas santas fue tal que le llamaban «el Santero», porque parecía hacer extensiva su santidad a cuantos se confiaban a su dirección; obteniendo modelos de cristianas virtudes en los diversos estados y géneros de vida que con su influencia encauzara.
Mas, como la obra cumbre del Padre Torres fue, por permisión divina, la dirección del alma de Sor Ángela y conjuntamente, la fundación del Instituto que Nuestro Señor a ella inspirara, nos parece de este lugar hacer una ligera reseña biográfica de los años anteriores de su vida, para después presentarlo unido, primero a la Fundadora y luego a toda la Compañía de Hermanas de la Cruz.
[Infancia y juventud]
Nació en la villa de San Sebastián de la Gomera (isla del mismo nombre), en Canarias, el día 25 de Agosto de 1811; y fue bautizado en la Parroquia de la Asunción de la expresada villa, el 31 del mismo mes y año, recibiendo el nombre de José Francisco, Luis de los Dolores.
Sus padres, Francisco de Torres Bauta y María Padilla Cabeza, lo mismo que sus abuelos, eran naturales del archipiélago canario; el padre y abuela paterna, de Guía, en Tenerife, y el abuelo, de Adexe, en la misma isla; la línea materna, toda procedente de la isla de Gomera. A su nacimiento habían fallecido todos los abuelos, excepción hecha del materno D. José Padilla, Ayudante retirado que residía en la isla de Hierro.
Administróle el santo Bautismo el presbítero D. José Álvarez Mora, Juez Apostólico, comisario del Tribunal de la Santa Cruzada. Fue su padrino Don Antonio de Armas Manrique, vecino de Vallehermoso; y testigos, entre otros, D. José María Ferrer y el Rvdo. P, Guardián Fray José Cabeza[1].
Sus primeros años los pasó en unión de sus buenos padres y hermanos, (dos varones y una hembra), dando muestras desde que empezó a alborear en él la razón, de lo que un día llegaría a ser, por su claro talento y su amor a la piedad.
Llevábalo su padre con frecuencia a una pequeña hacienda de su propiedad, en cuya labranza él mismo se ejercitaba; y, notando el niño que su padre marcaba con tres cruces los sembrados, preguntóle la causa, averiguando por este medio, que distribuía en tres partes iguales los productos de sus siembras; una parte al culto divino, otra dedicada a las limosnas para los pobres, y la tercera para el sostenimiento de su familia. Esta gráfica lección de padre tan cristiano, se grabó de tal manera en su corazón que influyó decisivamente en su vida futura.
De su madre conservaba tiernos recuerdos mezclados con los albores de su vocación:
«Mi madre –decía-, era una santa, y todo su empeño, que lo fuésemos también sus hijos. Aunque a todos quería mucho, tenía predilección por mí y me comía a besos cuando decían que yo era el más feo de mis hermanos, diciendo que la gente no veía, al decir esas cosas. [Pobrecillal Yo le pagaba no separándome de su lado ni para jugar con los otros niños. Un día me preguntó a qué carrera quería dedicarme, o qué oficio me gustaría aprender, y yo sin saber explicarme ni casi hablar contesté: Yo, el oficio de los que no se condenan. Callaron mis padres ante esa contestación y yo insistí: «Mamá ¿los sacerdotes se condenan? No hijo mío –repuso-, los verdaderos sacerdotes son santos y no se condenan. Pues, entonces yo quiero ser sacerdote».
Desde entonces su madre le puso en una habitación un altarito y todo su gusto era oficiar en él; pero habiéndole dicho que para ser sacerdote había que estudiar mucho, se encendió su deseo de aprender para llegar a serlo de verdad. Pusiéronlo en un colegio donde aprendió las primeras letras dando muestras de un despejado ingenio, feliz memoria y gran amor al estudio.
[Un hecho prodigioso]
Allí le ocurrió un hecho extraordinario, que si no constituyó un verdadero milagro, revela al menos una especialísima providencia de Dios sobre él[2]. Teniendo unos cinco o seis años se cayó en un pozo muy profundo que había en el corral de la escuela; no tenía brocal y estaba al paso para ir a los excusados. Los chicos mayores tenían la costumbre de pasar dando un salto por encima, (sin necesidad de ello, por quedar espacio más que suficiente para pasar por el lado); él quiso imitar la travesura, y como no tenía la fuerza ni agilidad necesaria por ser tan chico, cayó en el pozo sin que nadie lo viera y se sumergió hasta clavar la cabeza en el fondo cenagoso, tragando bastante agua y cieno, de lo cual juzgaba haber comenzado su padecimiento del estómago. El no se dio cuenta cómo salió a flor del agua y pudo subir agarrándose a las paredes del pozo, a tiempo que el maestro habiéndolo echado de menos salió al corral y le ayudó a salir.
De este hecho tuvieron noticia sus hijas las Hermanas de la Cruz, e importunándole con preguntas, obtuvieron nuevos detalles; repitióles lo ya dicho, pero agregando que fue el demonio quien lo tiró al pozo: que no tuvo miedo alguno, que salió subiendo por las piedras en silencio, porque no podía llamar, y que una vez fuera le tiró otra vez Satanás. Esta segunda vez, fue cuando no se dio cuenta de cómo pudo salir a flor de agua, teniendo la cabeza clavada en el cieno; y cuando al salir el maestro a buscarlo, le ayudó a salir, sólo con darle la mano; llamando inmediatamente a su madre para que se lo llevara y vistiese, porque, como es natural, estaba todo mojado y con la ropa chorreando. Singular suceso, que evidencia a un tiempo mismo la particular protección que le dispensaba el cielo y la implacable rabia que le tenía Satanás.
En la escuela le llamaban «el niño santo», por su humildad, dulzura y paciencia. Y sus adelantos en los estudios eran la admiración de todos, empezando con mucho aplauso sus lecciones de latín.
[2. Datos biográficos del mismo, hasta la época en que hacemos su presentación]
[Un pobre joven que se había empeñado en estudiar sin poder»]
Por este tiempo cayó gravemente enfermo el padre, impresionando de tal modo la pena a su esposa, que ambos murieron en el mismo día, dejando a los cuatro niños en triste y doble orfandad. Dolorosísima fue esta prueba al sensible corazón del pobre niño, pero resignado en las manos de Dios, rezó mucho por sus almas y confió en su Padre Celestial.
Una parienta acogió a los huérfanos; mas nuestro niño, por interior impulso de vivir oculto y desconocido, abandona casa y familia y huye a la ciudad de La Laguna[3] para continuar allí sus estudios, teniendo que implorar algunos días la caridad pública para poder sustentarse..
El prelado de aquella Diócesis lo encontró en uno de sus paseos, y llamándole la atención su aspecto recogido y triste, preguntó a su paje si lo conocía; y al explicarle éste «que era un pobre joven que se había empeñado en estudiar sin poder», manda detener el coche; lo llama, le habla, y admirado de su edificante porte y respuestas le ordena ir a su palacio a comer, donde quedó aún más edificado y sorprendido. Los compañeros le llamaban por aquel tiempo, «el abuelo» y «el viejo» porque no alzaba la mirada, ni se apartaba un punto de sus oraciones y estudios.
Según consta de una interesante nota manuscrita de su puño y letra[4], encontrada entre sus libros, aprendió el latín privadamente, aprobándolo en la Universidad de La Laguna en 1829; matriculóse en Humanidades, que aprobó en Julio de 1830, y luego en el primer año de Filosofía; pero, habiendo sido clausurada aquella Universidad, estudió privadamente por dos años Lógica y Matemáticas. Y habiéndose nombrado un tribunal examinador compuesto de profesores de aquella extinguida Universidad, presentóse a examen, obteniendo la aprobación en Marzo de 1833.
En vista de las dificultades para seguir los estudios y movido por interno impulso, embarcóse en Santa Cruz de Tenerife el día 3 de septiembre del mismo año, con dirección a Se villa, arribando a Cádiz el día 24; pero a causa de los estragos que hacia el cólera morbo, siguió el viaje hasta Valencia, donde desembarcó el 1 de noviembre. Matriculóse en aquella Universidad, como pobre, en el segundo año de Filosofía, que aprobó en mayo de 1834. Y habiendo cesado el rigor de la epidemia en Andalucía, embarcó para Sevilla, adonde llegó después de penosa navegación que le puso a punto de naufragar frente a las costas de Málaga.
Ya en Sevilla, presentó las cartas de recomendación que traía, al Catedrático D. Manuel María del Mármol, hospedándose en el convento de Religiosos Terceros de Nuestra Señora de Consolación; y a los pocos días fue admitido en calidad de paje, por su paisano el Emmo. Sr. Arzobispo de Heráclea D. Cristóbal Bencomo, confesor que fue del rey D. Fernando VII y a la sazón canónigo y dignidad de Arcediano de Carmona, en el Cabildo Metropolitano.
Con tan poderoso auxilio se matriculó en el tercer año de Filosofía, aprobándolo en junio de 1835, y favorecido por el Sr. Bencomo, con uno de los patrimonios eclesiásticos por él fundados para sustento de los jóvenes aspirantes al sacerdocio, pudo cumplir sus deseos de seguir tan sublime estado, confirmado con la particular providencia de Dios, que no le dejó duda de ser divino su llamamiento.
No vacilando ya acerca de la voluntad del Señor, solicitó dimisorias del Exmo. Sr. Cardenal D. Francisco Cienfuegos y Jovellanos, que ya tenía noticias de su mucha virtud y saber. En las témporas de S. Mateo, fue examinado y aprobado en la Sala Sinodal. Y no pudiendo celebrar las Ordenes, el Sr. Cienfuegos, por las turbulencias políticas de aquellos días, le concedió dimisorias para el Obispo de Cádiz, Ilmo. Sr. Dr. Fray Domingo de Silos Moreno, que le confirió las cuatro Ordenes menores y el subdiaconado el 19 de septiembre del mismo año, en la capilla del Sagrario de aquella Santa Iglesia Catedral. En diciembre del mismo año recibió del Sr. Cienfuegos la ordenación de diácono.
Para las témporas de febrero de 1836 solicitó ser ordenado de Presbítero[5], no pudiendo diferirlo, según contaba el mismo Padre Torres, porque se temía que el Gobierno mandara suspender las Ordenes y que el Sr, Cardenal falleciese o fuese desterrado; como en efecto sucedió pocos días después, en que lo condujeron a Alicante.
[Su primera Misa]
Aprobado en sus exámenes y después de meditarlo en fervorosos Ejercicios espirituales, recibió la investidura sacerdotal el 27 de febrero de 1836, celebrando su primera Santa Misa con gran fervor y consuelo de su alma, el 8 de marzo del mismo año, fiesta de San Juan de Dios y primer día de la octava de Santo Tomás de Aquino, de los que fue como un traslado nuestro santo sacerdote, por su encendida caridad y por su extraordinaria ciencia.
Su primer cuidado fue ampliar los estudios, merced al beneficio de que disfrutaba, especialmente los de Teología, matriculándose en octubre del mismo año 36, en la clase de «Lugares Teológicos» que con admirable dominio desempeñaba el Dr. D. José María Soto. Y entre los varios actos con que se reveló el aprovechado discípulo, descolló una disertación latina de una hora sobre la «Infalibilidad del Romano Pontífice», que fue premiada por el profesor con la mejor nota al tiempo de los exámenes. Así lo declara en sus apuntes íntimos, si bien agregando estas palabras su profunda humildad: «Obtuve la nota de sobresaliente, más bien quizá por el favor que me dispensaron los catedráticos, que por mi saber».
[Catedrático de Teología en el Seminario]
Concluido el séptimo año de Teología, que aprobó en junio de 1842, también con nota de sobresaliente, hizo un viaje a Granada por huir del bullicio de la Universidad, que no se acomodaba a su espíritu; pero Nuestro Señor se complacía en darlo a conocer, tanto como él se empeñaba en ocultarse.
El 19 de octubre del mismo año fue nombrado Catedrático en propiedad, de Sagrada Teología del Seminario Conciliar, fundado en Sanlúcar de Barrameda[6], bajo la advocación de San Francisco Javier, con bienes del piadoso sevillano D. Francisco de P. Rodríguez. Expidióle el título el Gobernador eclesiástico a nombre del Eminentísimo Sr. Cardenal Arzobispo[7], que continuaba en el destierro, donde falleció; y el 4 de noviembre tomó posesión del cargo, dotado con cuatrocientos ducados anuales, el cual desempeñó varios años.
Desde que siendo pequeño oyó decir a su piadosa madre que para ser sacerdote tenía que estudiar mucho y conocer en la oración si se hallaba con fuerzas para imitar la vida de Nuestro Señor Jesucristo, fundador de este estado celestial; debiendo estar dispuesto a seguirle en la pobreza, persecuciones, afrentas, pasión y crucifixión, se grabaron con tal fuerza en su alma estas lecciones, que se dedicó al estudio con un ardor y atención excepcionales, adquiriendo una cultura vastísima, no solo en las ciencias teológicas, de que más adelante diera notables pruebas en Roma, sino en casi todas las disciplimas del humano saber; de tal manera, que hombre de tanta erudición como su amigo el Sr. D. Cayetano Fernández, decía que nunca acudía a él en vano por datos que le fueran precisos; encontrándolo siempre como un libro registrado y abierto por la página que le hacía falta. Y con respecto a la oración, esta era el descanso de sus estudios; resultando de ese ejercicio, el ser su vida una viva copia de todas las virtudes de su Divino Modelo.
Vuelto a Sevilla fijó su residencia en la calle Hiniesta, celebrando diariamente la Santa Misa en el convento de religiosas de Santa Paula[8], y no obstante su deseo de vivir oscurecido, su talento y santidad de vida lo daban a conocer como varón evangélico, manifestándose a sus numerosos dirigidos como un hombre de constante oración, mortificación y unión con Dios. Penetrado de su nada y de que en el aborrecimiento y renuncia del yo estaba el adelanto de las almas; tan amable con todos como intransigente consigo mismo, más de una vez le oyeron exclamar ante el Sagrario, creyéndose solo: «Señor: aquí está este jumento; este miserable pecador», y permanecía largo rato anonadado ante la presencia de su Dios.
[Mortificado y penitente]
«Todo se aprende -era una de sus máximas frecuentes- en la oración y mortificación». De esta su mortificación diremos, que dominaba su fuerte natural con austeras privaciones, cilicios y disciplinas[9]; su alimento se reducía a unas delgadas tostaditas con una pequeña taza de té por la mañana y unas cucharadas de arroz cocido en agua por la noche; el puchero no se ponía en su casa más que por prescripción facultativa, y para eso el caldo había de ser de vegetales. Su cama se componía de un pobre jergón sobre unos banquillos, pero las tres horas que ordinariamente dedicaba al sueño, pasábalas la mayoría de las veces sobre un viejo sofá de tablas que tenía en su habitación.
Sus muebles, cuando después vivió en la calle de la Bolsa, se reducían a seis sillas para sus visitantes, y para él una mesa y una silla rota, que cambió por un usado sillón su amigo don Isidro Ortiz Urruela; mesa y sillón que como reliquias se conservan en nuestra Casa Matriz de Hermanas de la Cruz.
Su caridad fue inagotable: daba a los pobres cuanto tenía, y cuando agotaba sus recursos pedía a los demás para darles. Una sola sotana remendada tenía las más de las veces, y ocasión hubo en que se despojó en obsequio de los pobres de su pobrísima ropa interior.
[Profesor en el Seminario]
El Prelado de la diócesis, deseando encomendar las enseñanzas del Seminario Hispalense -que tras penosas gestiones y porfiada lucha sostenida en aquel agitado período político, que tantas amarguras hizo devorar al Ilustre Arzobispo Cienfuegos[10], se había establecido en la capital, en octubre de 1848- a profesores distinguidos en ciencia y virtudes, nombróle el 15 de septiembre de 1857 Catedrático de Patrología[11], Disciplina e Historia eclesiásticas, cuyas asignaturas explicó hasta su muerte con universal aplauso, conquistándose el afecto y admiración de sus numerosos discípulos.
Desde marzo de 1861 era confesor ordinario de las Hermanas de la Caridad del Hospicio, y extraordinario de las del Hospital Central. Y en 1862 dirigió a la Comunidad de las primeras un sermón, que más fue canto a la caridad de Dios, conmoviendo extraordinariamente al auditorio por la exaltación y sinceridad de sus encendidos acentos.
Hacia esta época debió conocer a la humilde obrerita aparadora, que Dios tenía elegida por instrumento para altos fines de su providencia amorosa, y desde entonces Nuestro Señor asocia sus almas, fijando a cada una su propio campo de acción en la realización de los divinos planes. Esto se deduce de las siguientes palabras escritas por Sor Ángela en uno de sus minúsculos cuadernitos inéditos:
«Empecé a confesar con nuestro P. Torres cuando tenía de diez y seis a diez y ocho años», pero tiene tachadas las palabras «a diez y ocho» y repite a continuación, «eran diez y seis»[12].
Y como ella nació en 1846; de aquí el que debieron conocerse en el año 62. Desde esta época hasta la fundación del Instituto restan trece años, durante los cuales el Padre dirigió aquella grande alma, preparándola, disponiéndola, y haciéndola apta para que por su medio se realizaran los altos designios de Dios.
NOTAS:
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[1] En el archivo de la Casa Madre del Instituto se conserva la siguiente partida de bautismo:
«D. Tomás Fernández Hurtado de Mendoza, Benef.do entero propio curato Rector de la Igla. Parroquial Matriz de N. S. de la Asunción de la Villa Capital de la Isla de S. Sebastián de la Gomera, Pro.a de Canarias, certifico y hago fe a todos los que la presente vieren, cómo en el libro séptimo de los bautismos que se hacen en dicha Parroq.a, y se conserva en su Archivo, al folio ciento dos vuelto se halla la del tenor siguiente.—En la Iglesia Parroq.l Matriz de Nra. Sra. de la Asunción de esta Villa e Isla de S. Sebastián de la Gomera a treinta y uno de Agosto de mil ochocientos y once: Yo, D. José Alvarez Mora, Juez App.co Comisario del Tribunal de la Sta. Cruzada y Benef.do Ser.dor de dicha Parroquia, bauticé solemnemente y ungí con el Santo Oleo y Crisma a un niño que dicen nació el día veinte y cinco de dicho mes, al cual puse el nombre cíe José Fran.co Luis de los Dolores, hijo legítimo de Fran.co cíe Torres Bauta, y de María Padilla Cabeza, aquel natural del Lugar de Guía en la Isla de Tenerife, y ésta de esta Villa, en donde son vecinos: Abuelos Paternos, Andrés de Torres, difunto, natural ele la Villa de Adexe en dicha Isla de Tenerife, y Ana de Bauta, difunta, natural del expresado Lugar de Guía: Maternos el Ayudante retirado D. José Padilla, natural de esta Villa y vecino de la Isla del Hierro, y María de las Mercedes Cabeza y Padrón, difunta, natural de esta referida Villa: Fue su Padrino D. Antonio de Armas Manrique, vecino de Valleher-moso, a quien advertí el parentesco espiritual y su obligación: Testigos, D. José María Ferrer Presbítero, el R. P. Guardián Fr. José Cabeza y otros. En fe de verdad lo firmé.—José Alvarez Mora.—Conviene con su original al que me remito y a solicitud de parte interesada doy la presente en la expresada Villa a veinte y cinco de Mayo de mil ochocientos treinta y cinco.—Tomás Fernández Hurtado de Mendoza.»
[2]Un documento que se conserva en el archivo de la Casa Madre del Instituto dice: «Para que la muerte no sepulte conmigo unos hechos que conviene o convendrá acreditar en su día, declaro bajo mi firma y poniendo a Dios por testigo de la verdad: Que cuando yo, recién ordenado de presbítero, tuve la dicha de vivir como cosa de un año en esta ciudad, en compañía del ejemplarísimo sacerdote señor don José de Torres Padilla, en la plaza de los Solares (hoy Almirante Espinosa), n.4 (hoy 7), observé en el trato íntimo y familiar que tuve en este tiempo con él la vida de un varón de Dios [...]. Uno de los hechos más portentosos de su vida, que me refirió en cierta ocasión, revela, si no un milagro, a lo menos una especialísima providencia de Dios sobre él. Teniendo unos cinco o seis años se cayó en un pozo muy profundo que había en la escuela donde aprendió las primeras letras; en un corral grande de la casa estaba este pozo sin brocal y era paso para ir a los excusados; los chicos mayores tenían la costumbre de pasar dando un salto por encima, sin necesidad, por haber sitio suficiente para pasar sin esto, y él quiso imitar esta travesura, o, hallándose solo en aquel sitio y como no tenía aún agilidad y fuerza para ello, por ser tan chico, cayó en el pozo sin que nadie lo viera y se sumergió hasta clavar la cabeza en el fondo cenagoso del mismo y tragó bastante agua y cieno, de lo que juzgaba que comenzó su padecimiento del estómago. El no se daba cuenta cómo salió a flor de agua y pudo subir agarrándose a las paredes del pozo, a tiempo que el maestro, habiéndolo echado de menos, salió al corral y lo ayudo a salir.— Sevilla 16 de julio de 1892.—José Mª de León (presbítero)».
[3] Algún tiempo después salió fugitivo de la casa de una parienta que le había recogido con sus hermanos, y los trataba con mucho cariño y comodidades. Llegó a la Laguna de Tenerife y allí mendigaba para continuar sus estudios, y en ellos y en la oración gastaba el día y una parte de la noche», UNA RELIGIOSA, Sor Barbara de Santo Domingo… (Salamanca 1922) p.47-48.
[4] En el Archivo de la Casa Madre del Instituto se conservan cuatro folios autógrafos del P. Torres Padilla con el título de «Apuntaciones sobre mi carrera literaria y eclesiástica» donde anota brevemente el curso de sus estudios eclesiásticos. En estas notas refiere: «En la ciudad de La Laguna de Tenerife estudié el idioma latino privadamente en el tiempo de dos años, poco más o menos. En el año de 1829, habiendo sido examinado y aprobado en el idioma latino en el claustro de la Universidad de San Fernando de La Laguna, fui matriculado en la misma en la clase de humanidades en 18 de octubre de 1829, hasta 18 de junio de 1830, en cuya enseñanza estudié poetas latinos, retórica y poética, de lo que fui examinado y aprobado en dicho día 18 de junio por los tres señores catedráticos examinadores», Escritos íntimos, p. 20 nota 17.
[5] «Para las próximas témporas de febrero de 1836, solicité del mismo señor (cardenal Cienfuegos) el sagrado presbiterado, no pudiendo diferirlo más tiempo con motivo de que se temía que el gobierno mandase suspender las órdenes de presbiterado y que el señor cardenal fallecería o saldría desterrado (como, efectivamente, salió pocos días después de la ordenación); y después de examinado, aprobado y ejercitado cspi-ritualmente, recibí dicho sagrado orden del presbiterado en 27 de febrero de 1836, y empecé a celebrar el santo sacrificio el 8 de marzo siguiente», J. torres padilla, Apuntaciones sobre mi carrera literaria y eclesiástica [inédito], Archivo de la Casa Madre de las HH. de la Cruz, Sevilla.
[6] «En 19 de octubre de este año fui nombrado por el señor Gobernador Eclesiástico del Arzobispado, a nombre del señor Cardenal Arzobispo de Sevilla, Catedrático propietario de Sagrada Teología del Seminario Conciliar de San Francisco Javier de Sanlúcar de Barrameda, y pasé a dicha ciudad a desempeñar este cargo el 4 de noviembre de 1842, con la dotación de cuatrocientos ducados anuales», J. torres padilla, Apuntaciones sobre Mi carrera literaria y eclesiástica [inédito], Archivo de la Casa Madre de las HH. de la Cruz, Sevilla.
[7] D. Francisco Cienfuegos y Jovellanos. Véase la nota 4 .
[8] «El Monasterio de Santa Paula de Sevilla navega, como un gran vergel cargado de cinco siglos de arte y de historia. Graganza y Aragón se unieron para levantar la iglesia del cenobio, que fundó doña Ana Fernandez de Santillán. Montañés y Alonso Cano cincelaron después sus imágenes, con Felipe de Rivas. Extraordfinarios maestros de lo blanco dispusieron lor artesonados en el XV y en el XVII. Columnitas de mármol, de puro estilo nazarita, y blancas columnatas del más fuerte acento, compitieron para ornamentar sus claustros (el mudéjar y el renacentista) con frisos de cerámica de desbordante dibujo y colorido. Cervantes situó frente a sus puertas a la española inglesa de sus novelas ejemplares e hizo mención de alguna de las cantoras del convento “extremada en la voz”. Grandes Prelados y varones de Dios se acercaron a sus rejas; predicó ante ellas, sin duda, el beato fray Diego de Cádiz; también San Antonio María Claret. Su prebisterio vio arrobado largamente, en un día de júbilo, al cardenal Spínola. En esta iglesia, celebraba diariamente la santa Misa el padre Torres Padilla; en su incómodo confesonario, que aún se conserva, comenzó a forjarse humildemente la futura fundadora de las Hermanas de la Cruz, hasta que el padre Torres, en 1868 se trasladó a Santa Inés. El 2 de agosto de 1875 acudieron a Santa Paula Sor Ángela y sus tres compañeras para la inauguración oficial de la Compañía de Hermanas de la Cruz. Un nuevo instituto, con el heroísmo como regla de la vida diaria, nacía junto al sagrario de Santa Paula, Por la tarde, en el Compás, no lejos de su artística portada, les predicó el padre, animándolas a conservar las primicias del espíritu». Cf. Escrito íntimos, p. 209 nota 37; Introducción biográfic, a capítulo III, p.21 y capítulo XX nota 6 de la p.130.
[9] Madre hace alusión a la austeridad del Padre Torres en una carta: circular «[…] era tan mortificado que, a fuerza de privaciones, había dominado tanto su naturaleza, que algunas veces parecía estaba muerta por la insensibilidad que demostraba a todo lo que podía halagarla. Y donde demostraba más su espíritu de mortificación, siendo extraordinario y se puede decir más que extraordinario, era en los alimentos. De todo se privaba, no por la enfermedad sino por la mortificación», Cartas circulares, p.46 .
[10] D. Francisco Cienfuegos y Jovellanos. Véase la nota 4 de este volúmen.
[11] El nombramiento para dicha cátedra se conserva en ACMI, y dice: «Nos el DOCTOR DON LUIS LÓPEZ VlGIL, DIGNIDAD DE MAESTRESCUELA DE LA SANTA METROPOLITANA Y PATRIARCAL IGLESIA DE SEVILLA, GOBERNADOR, PROVISOR Y VICARIO GENERAL POR EL ilmo. cabildo de la misma sede vacante.—Por cuanto nos consta de la instrucción, idoneidad y prudencia del Pbro. Don José de Torres Padilla, y que desempeñará bien y fielmente cuanto por Nos le fuere encomendado: por las presentes le elegimos y nombramos Catedrático en propiedad de Historia y disciplina Ecca. y Patrología del Seminario Conciliar de San Isidoro y San Francisco Javier de esta ciudad. Y le encargamos ejerza dicho empleo procurando el adelantamiento de todos los discípulos que a su clase asistiesen, arreglándose al método de estudios que rigiese en dicho Seminario. Y mandamos al Rector, Catedráticos y demás personas sujetas a nuestra jurisdicción que le tengan por tal Catedrático y le acudan con la renta y asistencia que a los de su clase se acostumbra, guardándole las preeminencias y prerrogativas que como a tal Catedrático le corresponden.—Dado en el Palacio Arzobispal de Sevilla a quince de Septiembre de mil ochocientos cincuenta y siete.—F. Dr. Luis Lopez Vigil», Escritosíntimos , p. 20ss., nota21.
[12] Escritos íntimos, p.589.